El también educador sostuvo que la no linealidad de la vida de hoy y los cambios repentinos que implica, lo hacen a veces incomprensible y exigen una reinvención continua de parte del docente. 

“Incomprensible, no lineal, frágil”, así define Hernán Aldana el mundo actual, en el que todo puede romperse de un momento a otro a causa de fenómenos climáticos, sanitarios o de otro tipo. Este escenario poco predecible significa un reto para la pedagogía y para los docentes, dice el experto en educación. 

Un mundo en constante cambio genera ansiedad, tanto en profesores como alumnos.  “Esa ansiedad que se vive en el aula obliga a todos los que enseñamos, primero, entendamos en dónde estamos parados y, a partir de ahí, pensemos en qué herramientas necesitamos para lograr captar la atención y enseñar y aprender en el aula”, explica.

Si uno ama enseñar no cabe duda uno tiene que ponerse en el lugar del otro, imaginar su mente, de manera que pueda saber que el otro está entendiendo lo que le estoy enseñando. En neurociencia se denomina la teoría de la mente, agrega este doctor en biología.

“Los buenos docentes tienen una buena imaginación de la mente del estudiante. Y en el aula no solo tienes que imaginar si te entiende o no la temática, sino que también tienes que tener una empatía e imaginarte qué le pasa adentro, qué les pasa a sus emociones”, recalca Aldana. 

En este mundo caótico y confuso, “entorno BANI” como lo denominó en 2020 el escritor futurista Jamais Cascio, los estudiantes y sus familias están atravesados por emociones no siempre positivas, sostiene.

Granularidad emocional 

Es por ello que el docente que ama lo que hace debe no ignorar las señales que le entregan sus alumnos. Si ve a alguien triste y callado, y eso se repite por algunos días, debe acercarse y preguntar “¿Qué te pasa?, ¿En qué te puedo ayudar?”. Lo más importante es escuchar, no hablar uno; “lo que más necesitan los adolescentes hoy en día es ser escuchados”, plantea.    

En este contexto, Aldana releva la inteligencia emocional, porque implica que, en un momento dado, cuando necesito una emoción, esta me surja para atravesar ese momento, bueno o malo, que lo que ocurra a partir de la emoción me sirva para resolver, para no herir, para pensar en el otro, para ser más feliz y tener mayor bienestar. 

Esta capacidad para encontrar el concepto o la emoción precisa ha sido definida por algunos investigadores como “granularidad emocional”. Para ello hay que aprender muchas emociones desde la infancia. “Hay más de trescientas emociones diferentes y cada una tiene distintas formas de pensar y sentir en el cuerpo”, dice. 

Por eso, dice Aldana, es importante que en los colegios se promueva esta granularidad emocional a través de cuentos, películas, visitando museos, yendo a teatros, estando en contacto con la naturaleza. “Todo eso te otorga nuevos conceptos para entender las emociones”, concluye.

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